Capítulo 11 Soy tu ángel de la guarda
Ella tenía que considerar a su hijo.
―Ya puedes irte... ―Elena se burló―. Ni siquiera eres digno de estar al lado del señor Bernal.
―¿Qué?
Gabriel quería discutir. Como Mariscal de Narin, el dinero no significaba nada para él, pero ¿cómo se atrevía ella a menospreciarlo?
―Gabriel, me decepcionaste. No hay manera de que podamos estar juntos. Vete y no vuelvas jamás ―dijo Clara frunciendo el ceño.
Al oír eso, él sintió que se le rompía el corazón.
Justo en ese momento, entró un joven con unos cuantos guardaespaldas detrás.
―¿Por qué nadie me recibe en la puerta?
―¡Sr. Bernal! ―exclamó Elena al verle―. Por favor, pase...
Bernal era su benefactor, por lo que Elena tenía que halagarle. Incluso Bruno se acercó y le dio la bienvenida.
Clara se quedó atónita, se sentía tan incómoda. No quería casarse con Bernal, pero no tenía elección. Sin embargo, Gabriel había regresado, y ella estaba destrozada.
«¿Por qué, Gabriel? ¿Por qué has vuelto ahora?», pensó Clara intentando calmarse.
―¿Quieres casarte con él?
―Yo... ―Clara se quedó muda. No sabía qué decir.
―Clara, no te quedes ahí parada. Ven aquí y habla con el Sr. Bernal ―dijo su madre haciéndole señas.
―No querrás casarte con él, ¿verdad? ―preguntó Gabriel, mirándola. Parecía que podía leerle la mente.
Ella se dio la vuelta, evitando así mirarle a los ojos.
―Pídele que se vaya. Puedo darte todo lo que quieras.
Al oír eso, el corazón de Clara dio un vuelco. Estaba estupefacta.
El rostro de Gabriel se ensombreció. Se acercó a Bernal y le dijo:
―Clara no se casará contigo, por favor, vete ya.
―¿Qué? ¿Quién te crees que eres? ―espetó Bernal furioso.
Elena se sorprendió y abofeteó a Gabriel en la cara.
―¡Gabriel! ¿De qué estás hablando? Sal de aquí.
Justo entonces, Bernal recordó y reconoció a Gabriel.
―Ah, así que tú eres Gabriel Solis, el violador. ¿Cómo te atreves a hablarme así? Lo creas o no, ¡puedo matarte! ―Bernal se volvió entonces hacia Clara y le advirtió―: Clara, deberías sentirte agradecida por caerme bien. ¿Cómo te atreves a asociarte con este hombre? Eres una zorra. Tu familia me ruega que me case contigo, no al revés. ¿Entiendes? Por favor, pídele que se vaya ya. Si no, no me culpes si le hago daño. Te daré un millón, ¡pero debes prometerme que no volverás a verle!
A Clara se le llenaron los ojos de lágrimas. Conocía muy bien a Bernal y lo que decía iba en serio.
―Gabriel, creo que deberías irte... No puedes luchar contra el señor Bernal. Además, puedo recibir un millón si me caso con él. Por favor... déjanos solos.
Al oír eso, Gabriel sintió una oleada de dolor. Se acercó y secó las lágrimas de la muchacha.
―Eres mi mujer. Nadie puede intimidarte mientras yo esté cerca. Me aceptes o no, nadie puede hacerte daño. Soy tu ángel de la guarda.
Nadie podía obligar a Clara, especialmente aquellos que la despreciaban y no la apreciaban.
―¡Maldita sea!
Bernal estaba furioso. Estaba enfadado porque Gabriel todavía no se había ido. Parecía que no lo tomaba en serio, por lo que se sintió humillado.
―¡Chicos, rómpanle las piernas! ―gritó Bernal.
Al oír eso, Clara se quedó de piedra. Rápidamente pidió clemencia:
―Señor Bernal, por favor. Suéltelo y me casaré con usted.
―¿Estás segura? Bueno, igual le romperé una pierna... ―Bernal continuó―: Y, prepárate y espérame en el hotel esta noche, ¿ok?
Antes de que Bernal pudiera terminar sus palabras, recibió una patada por detrás e inmediatamente escupió sangre.
―¿Quién te crees que eres? ¿Cómo has podido hacerle esto a mi mujer? ―Gabriel le miró con odio y le pisó el pecho.
Una vez más, Bernal escupió sangre, y al instante, el lugar se sumió en un silencio sepulcral.