El auto se detuvo en el estacionamiento subterráneo y dos hombres con máscaras oscuras ya lo esperaban, resguardando la entrada al club. Franco palpó su arma con sigilo mientras veía a los guardias abrir las puertas metálicas.
La música estridente le dio la bienvenida y una rubia despampanante lo esperaba a medio pasillo con una copa en la mano.
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