Capítulo 5 El final de un ciclo de casi diez años
- Hola, Ana... ¡Cuánto tiempo!
Sentí su fuerte abrazo y se lo devolví. Ana me gustaba mucho. Y te he echado de menos estos dos años.
- Entra, por favor.
Ella se alejó y yo entré, de pie.
- Siéntete siempre como en casa aquí, Bárbara. Sabes cuánto te amo.
- Gracias. - dije sentándome.
- Nos prepararé un café.
- No es necesario... Estaré allí enseguida. Solo estoy de paso. Tengo una cita ahora mismo. - Mentí.
- Por favor... Me permito ofrecerle un café.
Asentí, sabiendo que esto podría ser importante para ella.
Ana fue a la cocina. Ciertamente los muchachos no estaban en casa, ya que estaba muy tranquilo en esa casa enorme.
Miré los cuadros que colgaban de la pared y los marcos de las estanterías. Todo tenía la imagen de Jardel... Y algunos de nosotros dos juntos. Todavía estaba dentro de su casa, como recuerdo.
Vi mi sonrisa estampada y nuestros besos desde diferentes ángulos para las fotos y me preguntaba si era feliz en esos momentos, a su lado. Porque recordé el detalle de cada foto, dónde fue tomada, qué pasó antes y después.
Sí, tal vez estaba feliz, porque lo amaba al principio. Pero luego todo fue tan malo que creo que los buenos momentos se borraron de mi memoria, junto con el amor que creía sentir.
- No tenía por qué ser así... - Tomé la foto y observé su imagen, con los ojos fijos en los míos y una sonrisa alegre y traviesa, de ese niño bonachón y divertido que una vez estuvo en ese cuerpo . – Podríamos haber funcionado.
- Y habrían funcionado, Barbara. – dijo Ana, trayéndome una taza de café negro sin azúcar, como me gustaba. “Si no hubiera sido porque el adúltero de su padre se había ido.
- ¿De verdad crees que esa fue la causa de todo, Ana? pregunté seriamente.
- Yo... creo que todo empezó ahí.
- Me pregunto si realmente fue eso... O algo más. Después de todo, siempre usó marihuana.
- Pero estaba molesto cuando su padre se fue.
- Sin embargo, nunca fue a buscarlo después... En ningún momento. Le gustaban las aventuras... los desafíos. Tal vez la droga era eso para él.
- El final de mi hijo fue trágico... - Me quitó la foto de la mano. – Y siempre trato de recordarlo así: sano y feliz.
- Yo también. - Mentí, porque sobresalían los malos momentos y de los buenos recuerdos no quedaba nada.
- Sé que te lastimó y te hizo tanto daño... - Me tomó la mano vacía, que no sostenía la taza. “Pero él la amó… hasta su último aliento. Fuiste la única mujer en su vida.
- No... No fui el único y eso lo sabemos.
- Ya no sabía lo que hacía cuando se involucró con esas zorras drogadas. Él siempre te amó, Bárbara. Alguna vez...
- Y si tanto amaras, ¿habrías hecho todo lo que hiciste? Pregunté en voz alta, principalmente para mí.
- No dudo de su amor por ti... Yo nunca dudé. Todavía recuerdo su alegría cuando la trajo aquí por primera vez. Sus ojos nunca brillaron tanto... Su sonrisa era tan sincera...
- ¿Dónde están los chicos? Pregunté, tratando de cambiar el tema.
Aunque estaba en su casa, no quería hablar de lo que pasó. Y tal vez eso es exactamente lo que me tomó tanto tiempo para volver allí y ver a Ana, a pesar de que me gustaba. El miedo a revivir todo lo que traté de olvidar durante dos largos años.
- Se fueron... Uno para cada lado. - Él sonrió. Son buenos chicos, créeme.
- No dudo. Lo que le pasó a Jardel no necesariamente les pasará a ellos. Me imagino lo mayores que son... Y hermosos.
- Sí... Son todo lo que me queda. Me volví un poco posesivo con ellos. - Ella sonrió. - Pero entienden todo mi celo.
- ¿Y Pablo?
- Paulo solo asistió al funeral. Luego volvió con esa mujer y nunca más supimos de él en estos dos años. Ni siquiera busca a los chicos.
- Quizá sea mejor así, Ana. No puedes rogar por amor o tratar de arreglar algo que ya está roto. Incluso puedes pegar ... Pero nunca será lo mismo.
- Me tomó un tiempo darme cuenta de eso. Pero desafortunadamente no pude perdonarlo. Le di todo lo que una esposa y una mujer pueden dar... Hice lo mejor que pude. Y sin embargo me dejó... Al igual que abandonó a sus hijos.
- Sé que todavía duele ... Pero creo que algún día pasará... - Le apreté la mano cariñosamente. - Nada dura para siempre... Mucho menos la tristeza.
- ¿Has... Alguna vez has conocido a alguien más?
- No. – confesé.
- ¿Porque?
- Yo... quiero concentrarme en el trabajo... Hacer un curso de especialización...
- Tienes que seguir adelante. Ella me miró a los ojos. - No hay mal que dure para siempre... Como tú mismo dijiste. Necesitas darte la oportunidad de conocer a alguien.
- No es hora.
- No puedes tener miedo, Bárbara. No todos los hombres te harán sufrir. Eres joven, hermosa... Una mujer fuerte, luchadora... Te mereces a alguien especial... Que te cuide... Que te de todo el amor que te mereces, querida.
Dejé la taza de café en la mesita de café y me levanté:
- Yo... solo vine a darte un abrazo y ver cómo estabas. - Sonreír. - Necesito ir.
- Me gustaría que te quedes más tiempo. Pero no te obligaré.
Ver su imagen desde todos los lados me asfixiaba, como si alguien me apretara la garganta y me dejara sin aliento.
La abracé con fuerza.
- Deseo de todo corazón que seas muy feliz, Ana.
- No hay manera de ser feliz si pierdo un pedazo de mí. – me dijo al oído, su voz débil y me imaginé que estaba llorando. “Verte me trajo un poco de él… de cosas buenas.
- Yo... tengo que irme... - Me sequé la lágrima que amenazaba con caer de mi ojo.
Abrí la puerta y respiré hondo el aire de la calle, tratando de recuperarme.
- Bárbara, ¿ya te agradecí todo lo que hiciste por mi hijo?
- No quiero gracias, Ana.
- Una mujer nunca haría lo que hiciste. Fue fuerte... Ella resistió hasta el último minuto a su lado. Y sé que no tenías esa obligación. Era malo... Era cruel... Y violento. Y sin embargo no lo dejaste. Porque sabía que ese no era realmente él...
No, no es por eso que no lo dejé. Me quedé por miedo, por cobardía, por impotencia. Al final, ya no me importaba quién era el verdadero Jardel. Solo esperaba que terminara de una vez por todas... De la manera que tenía que ser. Poco sabía ella que celebré la muerte de su hijo. Pero sí... A pesar de todo, me quedé hasta el último suspiro que tomó... Porque no me dejaba salir.
sonreí, fingiendo que todo era exactamente como ella lo imaginaba.
- Bárbara, quiero que seas muy feliz.
- Voy a ser. - Dije esperanzada y positivamente.
- ¿Por qué creo que nunca nos volveremos a ver? - ella preguntó.
Sí, no nos volveríamos a ver. Porque yo no lo buscaría. Eso fue realmente una despedida... De todo lo que me recordaba a Jardel.
- Cuídate, Ana. Te amo.
- Te tendré por siempre en mis oraciones, Bárbara. Y gracias de nuevo
Saludé y me fui, cerrando la puerta, que seguramente nunca volvería a abrir. Era el final de un ciclo de casi diez años.
Tomé una respiración profunda, hasta que mis pulmones se sintieron llenos y la respiración volvió a la normalidad. No quería volver a ver a Jardel... Ni en fotos. El mío ya había quemado todo y borrado lo que quedaba de mi celular.
Y así le puse una piedra a mi relación de ocho años con Jardel, mi único amor y a la vez el hombre que me rompió, que me partió en mil pedazos y al que pensé que jamás podría poner. juntarlos de nuevo, porque yo no creía en las piezas pegadas. Han pasado ocho malos años, y dos años he estado de luto por mí mismo. Pero la vida seguía.
Y no necesitaba un hombre para ser feliz, como todos me decían. Solo necesitaba un buen trabajo para poder hacer las cosas que me gustaban: pasear, ver el mar, viajar a otros países, probar comidas nuevas y hacer cosas diferentes. Necesitaba comenzar mi aventura. Y ella no necesitaba una pareja. Podría ser feliz solo.
Llamé al conductor de la aplicación desde mi teléfono celular y esperé en la plaza durante más de veinte minutos a que apareciera alguien para llevarme de regreso a la capital de Noriah North.
Tan pronto como me subí al asiento trasero del auto, volví a tomar mi celular para ver si había algún mensaje de Ben o Salma. Pero nada...
- ¿Cómo llegaste aquí, tan lejos? me preguntó el conductor.
Lo miré por el espejo retrovisor, fijándome en su rostro bien afeitado con ojos claros. Su cabello bien cortado era rubio y rizado. Él no era un extraño para mí.
- Yo... Vine a visitar a un pariente. dijo secamente, no queriendo hablar de mí.
- No me recuerdas, ¿verdad? Se rió, mirándome en el espejo.
"No…" dije confundida, tratando de revivir mi memoria.
- Te serví tres cervezas esta noche pasada: chocolate con pimienta, cereza y menta.
Me reí:
- Me acordé de ti... El cantinero que me advirtió que me emborracharía.
- Por cierto, no la vi bailando desnuda en la pista de baile. – bromeó.
- Habría hecho eso antes. Mi noche fue mala. - Guardé mi celular en mi bolso.
- ¿No te gustó Babilonia? Esto no es común.
- Bueno... Todavía estoy tratando de averiguar cómo recuerdas el orden de mis bebidas. - Arqueé una ceja. – ¿Qué tal si me das un poco de tu buen recuerdo?
- No suelo recordar la bebida de todos... Solo las más importantes.
- Y no suelo caer en este tipo de pick-up. - Fui sincero, dejando muy claro que no caería en su juego de seducción.
- Si digo que no suelo usarlo para conquistar a alguien, ¿lo creerías? Él sonrió dulcemente, mostrando dientes blancos y rectos, haciendo juego con sus labios carnosos.
- Trataré de creer que tienes buena memoria, punto.
- Y realmente lo soy, no lo negaré. Pero todavía me pregunto cómo llegaste tan lejos en tan poco tiempo.
- Vine a visitar a mi abuela... Larga historia. Pero me preocupa encontrarte como mi chofer... Me pregunto si dormiste o viniste directamente a tu otro trabajo. Mi vida está en riesgo... ¿Si te quedas dormido mientras conduces?
Él se rió:
- Soy responsable. Llegué a casa a las siete de la mañana. Dormí hasta las cinco. Hice la primera carrera al pueblo vecino. Entonces llamaste. Si tengo suerte, no dejaré la capital por el resto de la noche.
- Entonces, ¿hoy no serás cantinero? ¿Solo el controlador de la aplicación?
- Día libre... Un sábado de vida, otro de muerte. Puedo decir que tuvo mucha suerte de tenerme como conductora esta tarde, señora. - se rió .
- Maldita suerte. - ironicé. - Dos trabajos. Deben pagar muchísimo a los funcionarios de Babilonia.
- La vida no es fácil. Para tener algo, tienes que renunciar a algunas cosas. En este caso, renuncio al ocio. Mi objetivo es recaudar dinero.
- Para... - Tenía curiosidad.
- Quiero ir a Noriah Sur.
Arqueé una ceja sorprendida:
- Suele ser al revés. Quien es de Noriah South quiere venir a Noriah North... Debido a mejores oportunidades laborales.
- Sí ... Pero tengo una razón para querer ir.
- ¿Amor?
- Amor. Él asintió, frunciendo el ceño.
Suspiré:
- Está bien, estás perdonado si esa es la razón... ¿Cuál es tu nombre otra vez?
- En realidad, todavía no lo he dicho. Me miró.
- Soy Bárbara. Pero puedes llamarme Babi.
- Soy Daniel, pero puedes llamarme Dani, por si me encuentras en otra carrera o en Babylon, cuando pidas una cerveza. O incluso en una plaza, en otro bar... En tu casa.
Rodé los ojos:
- No sé si volveré allí... De hecho, la posibilidad de que vuelva es casi nula.
- Wow, realmente debe haberlo odiado.
- El lugar no... La gente sí.
- La gente rica no siempre es agradable.
- ¿Y qué te hace pensar que no lo soy? Tiene mala escritura en mi frente. - Me reí, seguro de su respuesta.
- Lo siento si te ofendí. No era mi intención... Mujer rica que usa app car pagando con tarjeta de crédito. Se contuvo para no reír mientras hablaba.
- Está bien, estoy bromeando. Me estrellé... Tengo un amigo que trabaja allí.
- Hmm... ¿Entrada de servicio?
- Sí.
- Todos lo hemos hecho. - Él se rió.
- Yo... Creo que pude haber tenido problemas con el dueño de Babylon y su esposa.
- ¿Esposa? Arrugó la frente. – ¿Estás hablando de Héctor Casanova?
- Sí, yo creo que sí. El hombre que está en cuadros por toda la gigantesca pared con los famosos que han frecuentado Babilonia.
- El no esta casado. Está comprometido.
- Bueno, como sea. Honestamente, no me gustaba su prometida, la rubia peróxido. Sé que baila como el demonio, pero es una...
- Su prometida no es rubia. es morena Y ella no baila.