Capítulo 1 "¿Cómo rayos supo eso?"
Ser una nueva persona.
En eso se basó la decisión de haber tomado un vuelo directo de
Los Ángeles, hasta Tennessee; comenzar desde cero, dejando en el olvido a la
chica que antes fui. Por un lado me encontraba ansiosa, deseaba con cada
partícula de mí ser mostrar mi verdadero potencial en este último año de clases
que estaba por comenzar. Aunque a la vez, una oleada de temor se apoderaba de
mí, mientras se reproducían una y otra vez en mi mente los bochornosos
acontecimientos que viví el año anterior; una parte de mí, temía volver a
repetir la misma historia.
Dejé mi brillo labial sabor a melocotón sobre mi cómoda, moví
mis labios esparciendo el delicioso sabor por cada partícula de ellos; acomodé
mi largo cabello castaño sobre mis hombros y después coloqué un gorro de lana
que la abuela me había regalado, sobre mi cabeza.
Cuando mi madre investigó sobre Tennessee, descubrió que era un
sitio con un clima placentero, no era frío, ni tampoco caliente, se podía decir
que poseía un clima templado. Aunque justamente hoy, en el que resultaba ser mi
primer día de clases, una tormenta azotaba el condado, trayendo con ella un
frío del demonio que sólo me provocaban tremendas ganas de regresar a mi cama y
envolverme en mis muñidas cobijas.
—¡Fanny! ¡Cariño, llegarás tarde a la escuela! —pero ese era un
lujo que no podía darme justo ahora.
Giré en mi silla al escuchar la tierna voz de mi madre al ser
llamada desde el piso de abajo. Tomé la bufanda que colgaba del respaldo de la
silla y la enrosqué en mi cuello como si de una serpiente se tratara. Le eché
un vistazo a las cajas de la mudanza aún apiladas en la esquina de la puerta y
dejé salir un suspiro exasperante.
—Quietas ahí, en la tarde me encargaré de ustedes —les guiñé un
ojo y caminé hasta mi cama para tomar mi mochila. La colgué en uno de mis
hombros y después avancé hacia la puerta.
Mi madre, mi primo Adam y yo, habíamos volado desde Los Ángeles
apenas hacía dos días, gracias a que mamá había hecho hasta lo imposible por
conseguir un nuevo empleo lejos de nuestro antiguo hogar. Yo la llamaba mi
Ángel, puesto que esa mujer que me esperaba al pie de las escaleras con su
cabello rubio enmarañado atado en una coleta alta, y con una sonrisa de
satisfacción en su rostro, se había encargado de hacerme feliz desde el momento
en que había tratado de acabar con todo, mostrándome lo bueno de seguir
respirando el mismo aire que ella respiraba.
—Estás preciosa, mi amor. Por ahí dicen que es importante
esmerarse por impresionar el primer día —me guiñó un ojo mientras jugaba con
las llaves de su auto en sus dedos.
Sonreí con timidez, echándole un vistazo a mi vestuario. No me
sentía fuera de lo común en este momento, había elegido unos pantalones azules,
acompañados de una blusa de manga larga color blanco, y después de pasar diez
minutos tratando de elegir un par de zapatos, me había decidido por mis
preciadas Nike.
—Estás exagerando, mamá.
—Es tu madre, tiene el deber de hacerlo —habló Adam, saliendo de
la puerta de la cocina con una taza de café en una mano, mientras que con la
otra se rascaba una nalga.
Hice una mueca de asco.
—Eso es asqueroso, no vayas a tocarme con esa mano —sentencié,
señalándolo con mi dedo índice.
Él soltó una carcajada sin dejar de tocarse el trasero. Sus
pupilas verdes brillaban con diversión, mientras intentaba acercarse.
—Adam, no fastidies a tu prima —mi madre lo fulminó con la
mirada, a lo que el castaño levantó su mano en señal de rendición.
—De acuerdo, de acuerdo. Lo haré cuando regreses —me guiñó un
ojo y retrocedió—. Diviértete en la escuela, prima —dijo antes de regresar a la
cocina con pasos ligeros.
Mi madre me dedicó una nueva sonrisa, mientras sostenía la
puerta abierta para que pasara. Sólo me bastó poner ambos pies en el pórtico de
la casa, cuando una ráfaga de aire frío hizo que me abrazara a mí misma.
Lindo comienzo de año lectivo.
(...)
Después de soportar las exageradas muestras de cariño por parte
de mi madre en el estacionamiento del instituto, corrí hacia el interior para
evitar empaparme, y justo ahora me encontraba caminando a paso rápido por un
largo pasillo, ignorando todas las miradas curiosas de los chicos y chicas que
se encontraban guardando sus pertenencias en sus respectivos casilleros. Sabía
que por más que tratara no llamar la atención el primer día, iba a terminar en
convertirse en misión imposible.
Llego hasta la puerta que dice dirección, la abro y
me deslizo en su interior, dejando atrás esa manada de chismosos que ni
siquiera habían tratado de disimular al observarme fijamente. Una chica con
unas enormes gafas de montura negra, dejó de revisar los documentos que tenía
esparcidos sobre su escritorio y me observó sobre sus gafas después de que me
aclaré la garganta para llamar su atención. Cruzó sus manos sobre la montaña de
papeles que estaban frente a ella y clavó sus pupilas en las mías. Sus ojos son
verde claro, su cabello es rizado y de color negro, el cual lo lleva sujeto en
una coleta alta. Sonrío tímidamente y levanto mi mano, después de acomodar mi
mochila sobre mi hombro derecho.
—Hola, busco al director Williams.
—Eres la chica nueva —afirma, escaneándome de arriba abajo con
su mirada.
"¡Din, din, din! Tenemos una ganadora" quiero
decirle, pero a cambio doy un pequeño asentimiento y le sonrío de manera
amigable. El ser sarcástica había quedado en el pasado, al igual que la cursi
chica soñadora que leía novelas románticas.
—En aquella puerta —hace un gesto con su cabeza hacia una puerta
al fondo de su oficina, e inmediatamente se pierde en los documentos sobre el
escritorio.
—Gracias —digo al pasarla sin obtener respuesta. Sentí un poco
de pena por ella al dejarla atrás encerrada en su mundo lleno de documentos por
revisar. Y eso que sólo era el primer día.
Empujo la siguiente puerta y la cierro a mi espalda. La oficina
está vacía, pero un delicioso aroma a café recién hecho inunda mis fosas
nasales, detrás del escritorio se encuentra una pequeña mesa, donde una
cafetera está terminando de chorrear el café. De pronto siento como mis dedos
pican, aguantando la tentación de ir hasta ahí y servirme un poco. Odiaba tener
que ser tan dependiente a la cafeína, más cuando esa mañana no había tenido
oportunidad de sentarme a la mesa a desayunar como Dios manda.
Para distraer la atención que le estaba dando de más a la
cafetera, le echo un vistazo a la oficina y por un momento me siento mareada
por la cantidad de cuadros con títulos que cuelgan en la pared detrás del
escritorio; licenciado en matemáticas, maestría en psicopedagogía,
doctorado en administración educativa, maestría en recursos humanos... al
parecer alguien aquí es adicto al estudio.
Camino hacia el escritorio y me apoyo con mi mano izquierda en
la esquina de éste mientras observo dos expedientes juntos. Uno tiene el nombre
de Sky Blue... sonrío, es un gracioso nombre para una chica, ¿A quién se le
ocurre llamar a su hija como Cielo Azul? ¿Qué seguía? ¿Cloud
Black? ¿Brown Earth?
Miro el expediente que está a su lado; el cual tiene el nombre
de Fanny Parker... mi nombre. Paso mis dedos ocasionalmente por la madera de
caoba que está fabricado el escritorio, hasta posicionarlos sobre mi nombre,
muerdo mi labio inferior mientras trato de abrirlo para echar un vistazo sobre
lo que pudieron escribir los otros profesores sobre mi estado emocional. Pero
un chirrido en la puerta me hace detenerme.
Doy un respingo en el momento en que la puerta se abre, me giro,
para encontrarme de frente con un señor de contextura gruesa y de mediana edad,
viste de saco y corbata y su ceño está fruncido. Lo que me hace preguntarme si
ese ceño es parte de él, o simplemente alguno de los chicos lo ha hecho enojar
a buena hora de la mañana.
Me observa fijamente, antes de caminar hacia su escritorio y
sentarse en su cómoda silla. Apoya sus codos sobre éste y suelta lentamente la
respiración antes de tomar el expediente de Sky y revisarlo.
—¿Eres Sky? —pregunta, con una voz demasiado fina para ser un
hombre de mediana edad.
—No señor. Fanny Parker es mi nombre —contesto de manera
audible, sintiéndome aliviada, al darme cuenta que no era la única chica nueva.
Él asiente y devuelve el expediente de Sky al escritorio, para
después tomar el mío. Con mis dedos pulgar e índice, estiro el elástico de una
de mis pulseras de mi mano izquierda, mientras espero a que el director vuelva
su atención a mí. Lo revisa pacientemente durante unos minutos, hasta que con
un gesto cansado lo cierra y lo vuelve a colocar en su escritorio. Me sorprende
lo cansado que se ve, ¡Y solo estamos iniciando el curso lectivo! ¿Cómo sería
su actitud cuando fuésemos por la mitad?
—Ganadora en feria científica, en deletreo y ortografía... 3
años consecutivos —arquea una ceja y me mira fijamente—.Veo que tenías buenas
calificaciones en Los Ángeles, antes del año anterior... ¿Qué pasó? —recuesta
su espalda a su silla y cruza los brazos a la altura de su pecho. Bajo la
mirada y respiro lentamente.
Léalo usted mismo —quiero decirle. Pero sólo me
limito a contestar lo que tenía ensayado desde hacía unos días atrás.
—Tuve un mal año —confieso.
—Este es tu último año... no puedes darte el lujo de continuar
con bajas calificaciones —asiento lentamente hacia él.
—Bien señorita Parker —abre una gaveta de su escritorio y saca
una pequeña llave, la extiende hacia mí y la tomo enseguida. La observo
detenidamente, contiene una etiqueta que dice casillero 8—. No me
queda más que darle la bienvenida a Johnson High. Le agradecería que no se meta
en problemas. Tengo mucho trabajo con cierto adolescente —bufa con fastidio,
poniendo los ojos en blanco. Doy otro asentimiento; estaba segura de no tener
ningún problema con ello—. Aquí tiene su horario —me tiende una hoja color
amarillo y me hace un gesto hacia la puerta con su mano—. Puede ir a su primera
clase. Y recuerde que no quiero verla por aquí.
—¿No me mostrará mi salón de clases? —pregunto, mientras reviso
mi horario. Literatura era la primera, sonrío para mis adentros; nada mejor que
comenzar el día con algo que me gusta.
—No —contesta, poniéndose de pie—. Hay una deliciosa taza de
café que me está esperando.
Después de esto, me da la espalda y camina hacia la mesa donde
tiene la cafetera. Respiro lentamente evitando poner los ojos en blanco, será
genial tener a un director como él en plena disposición 5 días a la semana.
Empujo la puerta que conduce al pasillo con mi hombro, me
estremezco cuando escucho un pequeño "autch", provenir detrás de
ella. Me apresuro a salir y cierro la puerta de un golpe. ¿A quién se le
ocurrió diseñar esta puerta? ¡Se supone que las puertas deberían de abrirse
hacia adentro, no hacia afuera!
—¡Lo siento! ¡Lo siento! —me apresuro a disculparme con el
muchacho rubio de ojos negros que acababa de golpear con la puerta; el sujeto
frota su nariz con una mano mientras me mira descaradamente, arqueo una ceja y
le doy un vistazo, si él me mira, supongo en que no había problema en que yo lo
hiciera. El chico luce una camiseta azul del equipo de futbol de Johnson High,
unos jeans rasgados y un gorro que oculta la mayor parte de su cabello rubio.
Él acaricia su nariz en varias ocasiones, sin apartar su mirada de la mía.
De pronto, me siento un poco desnuda ante su profundo
escrutinio, pues ni siquiera trataba de disimular al estudiarme detenidamente.
¿Acostumbraba hacer eso siempre? Toco las puntas de mi cabello con nerviosismo,
a la vez que regreso y trato de sostener su mirada con la mía.
—Trata de mirar por aquí —golpea el vidrio en la parte superior
de la puerta, con su dedo índice—. Antes de abrir esa puerta —su voz suena tan
profunda, que perfectamente podía hacer juego con su mirada.
Pasa a mi lado, metiendo las manos dentro de los bolsillos de su
pantalón. En su hombro derecho, cuelga descuidadamente su mochila, y pareciera
que a él no le importa que ésta estuviese a punto de resbalarse de su hombro,
pues no hace ningún ademán en querer acomodarla.
—Oye muchacho —lo detengo, dándome cuenta que no tengo ni la
menor idea de a dónde ir. Lo menos que quería era tener que pedirle ayuda a un
chico, y menos cuando éste me había observado como si tratara de ver mis
órganos, pero gracias a que el director fue tan amable en querer acompañarme,
no me quedaba de otra, si no quería llegar con mayor retraso al salón de
clases—. ¿Puedes decirme donde queda el salón de literatura?
Me indica que lo siga con un gesto de cabeza, tomo una lenta
respiración antes de caminar. Él permite a que me adelante unos pasos de él,
antes de continuar caminando. Muerdo el interior de mi mejilla observando hacia
los salones de clases ya abarrotados de estudiantes; ruego en mi interior que
por favor no me llegase a encontrar con personas semejantes a las de mi
anterior escuela; pues estaba segura de no aguantar si se repite ese amargo
capítulo en mi vida que ya había logrado cerrar.
—Es aquí —dijo. Me detengo y me giro hacia él. Estaba recostado
a una puerta de color marrón, apoyando ocasionalmente su pie derecho en ella.
De pronto pienso que a ese chico le gusta que lo golpeen. ¿Qué, si a alguien se
le ocurre abrir la puerta? Caería acostado de forma inmediata.
—Gracias... —lo observo fijamente.
—Caleb —termina de decir por mí, sin un atisbo de sonrisa en su
rostro.
—Caleb —repito.
Antes de alejarse de la puerta, da un pequeño asentimiento, sin
quitarme la mirada de encima. ¿Cuál es su problema? ¿Tengo un grano en el
rostro? Pensé que ya había superado la etapa del acné.
—Aquí no encontrarás a nadie que te provoque ganas de quitarte
la vida —alarga, antes de girarse y caminar en dirección opuesta a la que
veníamos. Me quedo perpleja, observándolo mientras se aleja caminando
despreocupadamente. ¿Cómo. Rayos. Supo. Eso?
★
—¡Oh! La chica nueva —saluda la profesora con una amplia sonrisa
que parece más bien ensayada, después de que abrí la puerta.
De pronto, la mirada de al menos 25 chicos y chicas están sobre
mí. Pese a mi 1, 67 de altura, me siento chiquitita en ese momento, nunca me
había gustado ser el centro de atención, detestaba con todas las fuerzas las
lascivias miradas que me lanzaban mientras me escaneaban lentamente sin ningún
reparo.
—Ven aquí, linda. Preséntate con nosotros —insta la mujer,
haciendo un ademán con su mano para que me acerque.
Ella estaba sentada sobre su escritorio con una pierna cruzada,
es una mujer joven, y puedo decir que a simple vista parece ser agradable.
Viste una falda hasta su rodilla, una camisa manga larga de color rosa y unos
zapatos de tacón de lo cual estoy segura que yo no podría dar dos pasos con
ellos. Al ver sus pies, agradecía en ese momento lo cómodas que se sentían mis
preciadas Nike en mis pequeños pies.
La profesora acomodó sus gafas en el puente de su nariz y siguió
observándome a como lo hacían los demás, sin borrar su amplia sonrisa.
Me adentro en el salón de clases, deteniéndome al lado de ella.
Ofrezco una sonrisa a boca cerrada, tratando de calmar los fuertes latidos de
mi corazón a causa de los nervios. Odio las presentaciones, nunca he sido buena
en ello. Podía recordar cada torneo de ortografía al que había asistido,
incluso llegué a tartamudear cada vez que abría mi boca para presentarme.
Todos estaban en absoluto silencio. Debía de admitir que nunca
antes había visto una clase más silenciosa y ordenada que esa. ¿Era por la
profesora?
—¿Qué? ¿Acaso se te ha comido la lengua el gato? —murmuró un
chico al fondo del salón, mientras que otro se echaba a reír a su lado. Sentí
cómo el rubor se apoderó de mis mejillas, instándome a salir corriendo de ese
lugar.
—Señor Green, advertencia número uno. Guarde silencio si no
quiere dar su primera visita a la oficina del director —amenazó la profesora,
dejando salir un suspiro lleno de exasperación.
—Sólo compruebo que no sea muda, profesora —rio el sujeto.
Levanté mi mirada, sintiendo de pronto como unas ganas de estrangular al idiota
que sonreía en mi dirección, se apoderaban de mí.
—Soy Fanny Parker, hola —y sí que soy experta con las
presentaciones. Pueden darme un Grammy ahora mismo por mi excelente
presentación. Yo misma me doy lástima en ese sentido. Más al ver al rubio
ahogar un pequeño ataque de risa con la manga de su chaqueta oscura.
Me limito a observar sobre las cabezas de los estudiantes, para
no tener que mirar las sonrisas burlonas de muchos de los otros que se le unían
en ese momento. Frunzo los labios, esperando el momento en que la profesora me
enviara a sentarme.
—¿A qué crees que sepan esos labios? —vuelve a hablar el rubio,
mientras que el castaño a su lado ríe descontroladamente.
—¡Señor Green y señor Archer! —Me estremezco ante la potente voz
de la profesora, quien ahora se pone de pie—. No voy a permitir que en mi clase
le falte el respeto a sus compañeras.
—Disculpe usted, Cruella —dijo uno. La profesora resopla
acomodando su cabello sobre sus hombros.
Alzo la mirada y me encuentro con la petulante mirada del rubio
de ojos azules que se había dedicado a avergonzarme. Me sonríe como si nada
hubiera pasado y me guiña un ojo. Pongo los ojos en blanco. Definitivamente me
equivoqué. Este iba a ser un largo, largo año escolar. Alcé la mirada mientras
rogaba al cielo por un poco de paciencia.
—¿Dee? —llama la profesora.
—¡Aquí! —contesta una chica de largo cabello negro y rizado,
elevando su mano desde el fondo del salón.
—Ve y siéntate con ella, querida —me dijo, dándome un pequeño
empujón en el hombro.
Y así fue como comenzó mi último año de secundaria. Sentada al
lado de una chica que no dejaba de hablarme con emoción, mientras yo intentaba
concentrarme en la importante historia del gran escritor Miguel de Cervantes.