Mireille sonrió ante la comida en la mesa del comedor antes de estirar un poco los brazos con un bostezo cansado que salía de sus labios. Había pedido a los cocineros que le dejaran el trabajo para ella esa noche.
Mireille se inclinó, inhalando el aroma de los platos que había preparado. Era genial y ya podía imaginar la expresión en la cara de Dante cuando probara su comida.
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