Capítulo 1 Un funeral y un extraño
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El cementerio en sí, estaba demasiado desolado. El invierto estaba prácticamente por terminar, pero aún se sentía bastante frio y para colmo comenzó a llover. Las fuertes gotas de agua, disiparon a las pocas personas que acompañaban a Mónic en el funeral de su abuelo.
El señor Graison Barnes, editor y CEO por más de treinta años de la editorial “Barnes”, falleció en la cama de su habitación a consecuencia de un cáncer de pulmón, que venía padeciendo desde hacía más de una década, además de que los años y el trabajo que venía realizando durante toda su vida, le habían pasado factura.
Había construido un imperio en el ámbito de los libros, era una de las más importantes editoriales en Europa con sede en Edimburgo, la primera ciudad de la literatura de la Unesco y una de las ciudades más hermosas de Gran Bretaña.
Ahí recibía los contratos con los mejores escritores de prácticamente toda Europa y unos cuantos más de América.
Pero nada de eso le importaba a Mónic, ahora estaba sola en el mundo, su abuelo se había encargado de ella desde que tenía once años, sus padres habían fallecido en un accidente de avión, cuando se dirigían a Estados Unidos de Norteamérica a la presentación de uno de los libros que daba a conocer la editorial.
A quince años de la tragedia, se encontraba nuevamente en aquel cementerio, dejando ahí a la última persona realmente importante en su vida.
Los servicios funerarios terminaron, aunque el chofer y su nana la esperaban para ir a casa, ella prefirió caminar un poco bajo la lluvia. Se sentía demasiado abrumada como para encerrarse entre las cuatro paredes de su habitación.
—Mi niña, anda, vamos, te puedes resfriar hace demasiado frio— le decía una señora de estatura mediana y mirada tierna.
—Estoy bien Nany, dame espacio volveré en taxi, no te preocupes— le contesto Mónic, con los ojos nublados, camuflados por la lluvia.
No sabía si era por lo frio del agua cayendo por su cuerpo o por la tristeza que la albergaba, lo que si sabía era que lo último que ella quería era regresar a la casa, donde a pesar de ser enorme se asfixiaría apenas pusiera un pie en ella.
Su abuelo siempre fue un hombre sencillo, no terminaba de entender cómo es que le gustara vivir en aquella ostentosa casa, él decía que era su legado, pero sinceramente en ese momento, ella no lo entendía.
Caminó por varias calles, la lluvia empapó su ropa. El abrigo pesaba, podía sentir como sus pies se deslizaban en el interior de sus zapatos empapados y el frio comenzaba a calar, el dolor no le había permitido sentir la baja temperatura que había en el ambiente.
No sabía a donde estaba yendo, estaba caminado mecánicamente, sin fijar su objetivo en ningún lugar en particular.
Si hubiera puesto atención en el camino, se hubiera dado cuenta del cambio de luces en los semáforos y la turba de autos avanzando. Estuvo a punto de ser arrollada por uno de ellos.
Sintió como una mano se cerraba en su brazo, haciendo que se detuviera justo antes de bajar de la banqueta, evitando el impacto de aquel vehículo.
A su lado estaba un hombre alto, de algunos treinta y cinco años, cabello rubio, con la barba apenas crecida y unos ojos entre verdes y azules que conectaron directo con los de ella.
—Deberías tener más cuidado—sus palabras la sacaron del trance en el que estaba, su voz gruesa y varonil la sorprendió.
Fijó la vista hacia la calle dándose cuenta de lo que hubiera pasado si aquel extraño no la hubiera detenido a tiempo.
—Perdón, no me fijé —se dio un zape mental por haber dicho aquellas palabras más que obvias.
No se había dado cuenta de que ya no caía agua sobre su cabeza, aquel extraño, estaba sosteniendo un enorme paraguas sobre ellos.
—Creo que necesitas sacar esa ropa mojada y tomar algo caliente —no pudo evitar que sus mejillas se sonrojaran, sus palabras sonaban con un trasfondo.
—Sí, ya me tengo que ir a casa.
Ella hizo ademan de parar un taxi, pero él tomó su mano y la bajó muy despacio.
—Primero ven, vamos a que te quites eso y te invito un café.
Mónic, no sabía porque estaba obedeciendo a ese hombre. Avanzaron a la par, bajo el enorme paraguas negro, llegaron a una tienda, él se acercó a la chica que atendía y le pidió una muda de ropa deportiva para Mónic.
Tomaron la bolsa y salieron hacia el café que estaba al final de la calle.
—Toma, puedes ir al baño y quitarte eso antes de que enfermes.
La chica ya comenzaba a temblar, así que no dudo un instante en tomar la bolsa y avanzar hasta el baño.
—¿Qué estás haciendo? Es un extraño. Lo que harás es tomar algo caliente y saldrás directo a casa—. Se reprendía en voz alta, mientras se cambiaba, ni siquiera le había preguntado su nombre.
Quitó absolutamente todo, obviamente no había comprado ropa interior, pero si dejaba puesta la que estaba mojada, no serviría de mucho la muda seca.
Al fin y al cabo, sus pechos no eran muy grandes, así que, no se notarían por encima de la sudadera, pensaba.
Colocó los zapatos deportivos y metió toda la ropa mojada dentro de la bolsa, no sin antes exprimirla en el lavamanos. El abrigo estaba hecho un desastre, así que de ese ni se molestó en guardarlo, lo dejo en la basura.
Tomó su cabello e hizo lo mismo, lo enredo en un moño alto y lo ató con una pequeña dona elástica.
Mirando su reflejo en el espejo, una pequeña sonrisa se formó en su rostro.
—Abuelo, me siento tan sola. Será que, ¿enviaste un ángel para que me cuide? Además, es guapo.
De nada le habían servido los regaños que ella misma se había dado minutos antes.
Al salir del baño, buscó con la mirada aquel chico, estaba en la barra del local. Lo vio levantar su mano, indicándole su ubicación e invitándola a acercarse para tomar asiento.
—¿Te sientes mejor ahora que ya estás seca? —su voz era tan masculina, y le venían tan bien las palabras de preocupación hacia ella en aquel momento.
—Eh… si, ya mucho mejor, gracias.
—Me alegro— tomó su taza de café y le dio un sorbo —perdón por no esperarte, pide lo que quieras.
La sonrisa que le regalo, hizo que se le olvidara hasta hablar, solo asintió y se dirigió hacia la chica detrás del mostrador.
—Un chocolate caliente por favor.
La siguiente media hora se dedicaron a conversar un poco.
El chico lamentó la perdida de Mónic y entendió al instante el porqué de la caminata tipo zombi que la encontró haciendo por la calle.
Ella encontró interesante el trabajo de aquel extraño, que ya no era tan extraño al fin de cuentas. Se había presentado como Caleb Ward, diseñador gráfico desde hacía ya diez años y acababa de llegar a la ciudad apenas hacia tres semanas.
Mónic se despidió de Caleb, salió de aquel lugar y tomó un taxi que la llevó a aquella casa que albergaba demasiados recuerdos.
De cualquier manera, tenía que enfrentarlos tarde o temprano.