Capítulo 159 El asedio prolongado
El sol se había escondido hacía horas, dejando en penumbras el edificio que Nicolás ahora llamaba su fortaleza. A lo lejos, la ciudad resplandecía indiferente a los conflictos que se cocían en sus entrañas. Las primeras explosiones apenas habían dejado daños superficiales, pero la tensión que cargaban era inmensa, como si fueran el prólogo de una tormenta mucho más feroz.
Dentro, el aire se sentía denso, pesado, mientras los murmullos de los guardias y los susurros de dudas flotaban en los pasillos. Nicolás observaba a sus hombres moverse de un lado a otro, revisando municiones, asegurando puertas y colocando refuerzos en las ventanas. La atmósfera era de guerra.
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