Capítulo 8 Tu única salida
CAPÍTULO 7: TU ÚNICA SALIDA.
―¡¿Qué está pasando?!
Él se colocó frente a ella, protegiéndola y buscando cualquier señal de peligro.
—¡Señor, estamos bajo ataque! —gritó uno de sus hombres mientras corría hacia ellos con el arma desenfundada—¡Vienen del lado este!
—¡Protejan el perímetro! —ordenó él, mientras sacaba su propia arma y la cargaba con rapidez—¡No dejen que se acerquen a Liana!
Los disparos llenaron el aire y las monjas corrieron, asustadas y lanzando gritos. Artem no soltó a Liana ni un segundo.
—¡Tranquila! No dejaré que te pase nada —dijo, tomándola de la mano y guiándola hacia una salida trasera.
Artem estaba seguro de quiénes habían llegado venían por ella.
En medio del caos, los disparos resonaban con fuerza alrededor. Los hombres de Víctor se enfrentaban ferozmente a los de Artem. Mientras que él intentaba guiar a Liana a través del tumulto.
—¡Vamos! —insistió, las balas zumbando cerca de ellos.
Pero de repente, Liana se soltó de su agarre y retrocedió.
—¡No! —gritó— No iré contigo, ni con él. ¡No iré con ninguno de los dos!
Arzen maldijo por lo bajo, viendo cómo ella comenzaba a correr en dirección opuesta. Apretó los labios y fue tras ella, no sin antes murmurar:
―¡Vittorio, eres un cabrón por dejarme a cargo de tu hija rebelde!
Liana corrió hacia la capilla del convento, buscando desesperadamente un refugio. Sin embargo, antes de llegar, uno de los hombres de Víctor la interceptó, atrapándola y sujetándola con fuerza.
―Aquí estás, preciosa ―dijo, apuntando el cañón de la pistola en la espalda. ―Vamos, el jefe quiere verte.
Pero ella, sin pensarlo dos veces y aún menos en las consecuencias, le dio un codazo en el estómago.
—¡Maldita perra! —gruñó el hombre, sin soltarla. ―Voy a cobrarte esto muy caro.
La apretó con fuerza y estaba a punto de llevársela. Entonces, ella le mordió el brazo con toda su fuerza, haciéndolo sangrar. El hombre estaba a punto de golpearla cuando un disparo resonó y cayó al suelo gimiendo de dolor.
Liana se giró y vio a Artem, con su arma aún apuntando al hombre en el suelo.
—¿Quién carajos te permitió tocar a mi futura esposa? —espetó de manera posesiva.
El hombre intentó levantar su arma para disparar, pero Artem fue más rápido, disparándole de nuevo y acabando con él. Liana, aterrada, soltó un grito y echó a correr lejos de Artem.
—¡Por el amor de Dios! —exclamó él, rodando los ojos y maldiciendo mientras corría tras ella—. ¡Liana, espera!
Pero ella no se detuvo. Su corazón palpitaba mientras corría a la habitación. Buscaba un lugar seguro, lejos del caos que todo se había vuelto. Artem, determinado a no perderla de vista, continuó persiguiéndola. Llegó a su habitación con el corazón latiendo aceleradamente e intentó cerrar la puerta. Sin embargo, antes de que pudiera asegurarla, Artem metió su arma en el marco, impidiendo que se cerrara.
Ella forcejeó con todas sus fuerzas, gritando desesperada.
—¡Déjame en paz! —le espetó—. ¡No quiero ser parte de nada de esto!
Artem empujó la puerta con fuerza, haciendo que Liana se tambaleara hacia atrás. Sus ojos grises, llenos de fiereza, se clavaron en los de ella mientras daba un paso al frente.
—Yo tampoco pedí esto, Liana —dijo con frialdad—. Pero ya está pasando, y es mejor que aceptes tu destino de una vez y dejes de complicar las cosas.
Ella negó con la cabeza, desafiante.
—No, no voy a ir contigo a ningún lado —declaró, y de repente agarró la lámpara de su mesa y se la lanzó.
Artem esquivó la lámpara con agilidad.
—Liana...
Pero ella ignoró su advertencia y su voz temblaba de miedo y determinación.
—¡Vete! Déjame en paz. Pronto seré una monja y no me importan ni los negocios de mi padre ni los tratos que haya hecho.
—Es demasiado tarde para eso, querida.Vas a ser mi esposa, no una monja. —el le dió una sonrisa fría y sarcastica —¿Quién diría que robarle una novia a Dios sería tan fácil?
Dio un paso más hacia ella, pero Liana retrocedió instintivamente.
Ella lo miró con el corazón acelerado y de repente intentó escapar. Sin embargo, Artem fue más rápido, atrapándola antes de que pudiera tener éxito. Ambos forcejearon y en su lucha cayeron sobre la cama.
Ahora Liana estaba debajo de él y en ese instante, la intensidad del momento los envolvió. La lucha de Liana se suavizó un poco cuando Artem, consciente de la proximidad entre ambos, aflojó su agarre. Tragó nervioso, incapaz de ignorar la belleza de ella, que ahora estaba tan cerca, tan palpable. La miró detenidamente, sus ojos explorando su rostro con una mezcla de conflicto y admiración.
—Deja de luchar, Liana —susurró con suavidad—. No estoy tratando de hacerte daño.
Ella lo miró, con la respiración aún agitada, su cuerpo vibrando por la cercanía de él. Sus labios temblaron al hablar, cada palabra cargada de una firme resolución.
—No quiero que nadie más decida sobre mi vida. He perdido demasiado tiempo aquí, viviendo bajo reglas y expectativas que nunca elegí. Y no voy a cambiar una cárcel por otra, Artem.
—No pretendo ser una cárcel para ti —respondió él con seriedad, su mano soltando lentamente sus brazos—. Al contrario, quiero ser tu única salida.
El caos continuaba a su alrededor, pero en aquel momento, el mundo de Liana se redujo a la cercanía de Artem. Ella podía sentir su propio corazón latiendo con fuerza.
Artem, sin poder evitarlo, se inclinó un poco más. Sus ojos estaban fijos en los de ella, buscando algo que ni él entendía. Y ella no hizo nada para detenerlo. Desde el primer momento en que lo había visto, una extraña atracción había nacido en ella, algo que no podía explicar ni ignorar. Cerró los ojos lentamente, esperando el contacto de sus labios, deseando saber lo que era ser besada por él.
Pero, en lugar del suave roce de un beso, sintió un pinchazo repentino en el cuello. Abrió los ojos de golpe, sorprendida y asustada, encontrándose con la mirada tranquila de Artem.
—Todo estará bien —le aseguró con una sonrisa suave, que parecía fuera de lugar en medio de la confusión—. Esto es solo una medida desesperada.
Furiosa y traicionada, lo empujó con todas sus fuerzas. Quería gritarle, maldecirlo por haberla engañado. Pero, antes de hablar, la oscuridad la envolvió y perdió el conocimiento.