Capítulo 6 Vas a casarte conmigo
CAPÍTULO 5: VAS A CASARTE CONMIGO.
Dos días después, Artem se encontraba frente a un edificio de más de doscientos años.
—Pase —dijo la monja.
Artem hizo un esfuerzo por mantener la calma. Siguió a la mujer por los pasillos del convento; las imágenes religiosas parecían juzgarlo. Finalmente, la monja lo dejó delante de una oficina donde la madre superiora lo esperaba.
—Usted está aquí para ver a Sor Liana, ¿verdad? —preguntó la madre superiora, observándolo con atención.
—Así es, madre —respondió Artem, sintiéndose fuera de lugar. Estaba en la casa de Dios, pero en su espalda llevaba una Glock 17 cargada.
—Ya es la segunda persona que viene a verla —dijo la madre superiora, poniéndose de pie—. Está por tomar los votos en unos días. Espero que su visita no la ponga otra vez nerviosa. Acaba de perder a su padre.
Artem no prestó atención a lo último. Lo único que resonaba en su mente era que alguien había venido a ver antes que él.
—Perdón, madre, ¿dijo que vino alguien? —preguntó, tratando de ocultar su inquietud.
—Así es, vino el abogado del señor Moretti. Le dijo a Liana que su padre había muerto. La pobre está devastada; decidió adelantar la toma de sus votos después de eso.
Las cejas de Artem se fruncieron. Algo no le gustaba de todo eso. Vittorio no mencionó un abogado ni que lo informaría. Habían acordado que él se encargaría de decírselo.
—¿Puede llevarme con ella? Es necesario que hablemos cuanto antes.
—Bien —dijo la madre superiora, dándole una mirada desconfiada.
Atravesaron un túnel compuesto por una serie de arcos bajos y puntiagudos antes de llegar a un claro. Había espacios verdes, y las monjas caminaban alrededor, sumidas en conversación. En el centro del claro, había un contorno de piedra cuadrado. Este encerraba hileras de flores bien cuidadas. En el centro de la plaza, había una réplica de la estatua de la Piedad de Miguel Ángel, pero en bronce.
Artem admiró la vista, casi asombrado por la tranquilidad del lugar.
—Espere aquí, mandaré a buscar a Sor Liana —dijo la madre superiora, haciéndolo apartar la vista de la estatua.
De repente, una escena lo dejó perplejo: una monja joven corría detrás de una cabra que se había escapado del corral. El hábito ondeaba mientras corría, intentando atrapar al animal. La cabra, por su parte, parecía disfrutar del juego, esquivándola con agilidad.
—¡Ven aquí, maldita cabra! —gritó la joven monja, riendo—. ¡No puedes esconderte para siempre!
Artem no pudo evitar sonreír ante la escena. La joven monja había llamado su atención; era la primera novicia que maldecía. La miró detenidamente y su rostro era delicado y grácil, pero lo que más le llamó la atención fue su sonrisa y el tono de su risa.
Era divertida, dulce y pura.
Pronto se encontró tragando saliva y su cuerpo excitándose por ella. Apartó la mirada, avergonzado, y se reprochó internamente.
«¿Qué demonios pasa contigo, Artem? ¿Estás muy jodido? ¿O es que tanto tiempo sin follar te está afectando? ¿Estás duro por una monja? ¡¿Una monja?!»
Se dio la vuelta, evitando mirarla, porque entre más lo hacía, más excitado se ponía. Cerró los ojos y respiró varias veces. Quería calmar ese extraño y prohibido sentimiento.
—¡Liana, ven, ven, alguien quiere hablar contigo! —escuchó la voz de la madre superiora.
Artem respiró nuevamente, buscando calmarse. Pero el sentimiento seguía allí, aunque lo reprimió con fuerza.
—Señor Vasiliev, aquí está Sor Liana —dijo la madre superiora.
Él se giró lentamente, pero se congeló cuando la vio. Era ella, la monjita que acababa de excitarlo.
—Tiene que ser una jodida broma —fue lo único que dijo, con la voz llena de incredulidad y una pizca de desesperación.
Liana levantó la vista, con la respiración aún agitada por la persecución de la cabra. Sus mejillas estaban levemente sonrosadas. Sus ojos, sorprendidos y confusos, miraban a Artem. No lo conocía, pero sintió una extraña atracción hacia él; su corazón latía más rápido y una calidez se extendió por su cuerpo.
Artem se aclaró la garganta y le tendió la mano.
—Soy Artem Vasiliev, un amigo de tu padre —dijo, tratando de mantener la compostura.
Liana estrechó su mano, sintiendo un ligero estremecimiento al contacto. Sus ojos se iluminaron con la mención de su padre, pero luego se entristecieron.
—Es curioso que en poco tiempo todos los amigos de mi padre hayan venido a verme —dijo con una sonrisa triste—. Primero, el abogado y ahora usted.
—El abogado no es amigo de tu padre —dijo Artem con firmeza.
Liana frunció el ceño, confundida.
—¿Qué está tratando de decir? —preguntó.
Artem se acercó a ella, y Liana se puso más nerviosa, pero mantuvo su apariencia calmada.
—Tengo que hablar contigo sobre algo importante —dijo en voz suave. Luego miró a la madre superiora—. A solas.
Liana miró en shock a la madre superiora, quien observaba la situación con seriedad.
—No está bien visto que una novicia esté sola con un hombre.
Artem apretó los dientes y le dio una sonrisa fría a la monja.
—Madre, sería una lástima si la prensa local se enterara de ciertos rumores sobre el convento —dijo, amenazante.
La madre superiora se escandalizó y les dio una última mirada antes de hablar.
—Solo tienen veinte minutos—dijo antes de darse la vuelta y marcharse, dejándolos solos.
Artem observó a Liana mientras la madre superiora se alejaba. La novicia parecía frágil bajo el hábito, pero había algo en sus ojos que le decía que no era tan débil como pensaba.
—Liana, necesito que escuches atentamente —comenzó, bajando la voz para que nadie más pudiera oír—. Tu padre me pidió que te protegiera.
Ella lo miró y trató de asimilar sus palabras.
—¿Protegerme? ¿De qué?
Artem respiró hondo. Sabía que no podía decirle todo de golpe.
—Hay personas que querrán aprovecharse de ti ahora que tu padre ha muerto. Así que necesito que confíes en mí. Te prometo que te explicaré todo. Pero, hay algo que debes saber. —Hizo una pausa, mirándola a los ojos—. Y es que vas a casarte conmigo.