Capítulo 8 "Reglas"
-No haga esperar a Doris. Si necesita algo, ella es a la persona que debe recurrir ¿está claro?
Soltó con su característico tono frío, carente de emociones.
-..., si.
Aun con la mente en otro lugar, sopesando lo que acababa de ocurrir. Prácticamente había firmado para que alguien controlara su vida y dispusiera de su tiempo a su antojo. Se levantó de la silla y salió por la gran puerta, siguiendo el largo camino hasta el final del pasillo, donde Doris, la encantadora ama de llaves, demasiado entusiasta y sumamente positiva, la esperaba.
-Señorita Victoria ¡bienvenida!
Saludó en cuanto la vio aparecer.
-..., gracias
Contestó desanimada.
-Por favor, sígame. Le voy a enseñar la casa.
Tardaron 40 minutos en recorrer toda la casa. Doris, intentó hacerlo lo más rápido posible, mostrándole las estancias más importantes, y acabando frente a otra gran puerta doble.
-Y acabamos aquí. En su habitación -soltó emocionada-. Venga, venga, le enseño todo.
Tomándola de la mano, Doris, la llevó hasta el interior de la habitación. Partieron con el baño, le enseñó cómo usar la lujosa ducha. El mueble de las toallas. Los productos de aseo personal, shampoo, acondicionador, productos de belleza. Cuatro cajones del mueble del lavabo, llenos de maquillaje, secador de pelo, plancha, rizador y un sinfín de costosos productos para el cuidado de su imagen.
-El vestidor, lo llenaron hace unos minutos, mientras hablaba con el señor. Todo está muy, muy lindo.
Con pequeños empujoncitos, sacó a Victoria, del baño y la guio hasta el vestidor, una completa habitación llena de estanterías, percheros y un gran espejo de cuerpo completo. Era demasiado para su gusto. Prácticamente era del mismo tamaño que su antigua habitación.
-Vestidos muy lindos, elegantes. Zapatos. Sandalias. Todo hermoso.
Señalo Doris, emocionada porque Victoria, lo viera todo.
-No es mi estilo...
Comentó casi en un susurro, para no hacerla sentir mal. Durante todo el recorrido se había limitado a permanecer en silencio, pero la inocencia y emoción de Doris, había conseguido conmoverla.
-¡Todd! Cierto, Todd, la espera ¿quiere desayunar algo?
Preguntó mientas la jalaba fuera del vestidor.
-¿Desayunar? No, gracias, creo que estoy algo mareada luego de tantas vueltas por la casa.
-¡Vamos!
De regreso en la entrada principal, el en vestíbulo las esperaba Todd, con su impecable traje negro, y su cabello rubio cobrizo alborotado, como siempre.
-Todd, cuidará de usted. Es bueno. ¿Le gustaría que le preparara algo especial para el almuerzo?
-No, gracias.
-Que tenga un buen día.
Tragando saliva con dificultad, dio media vuelta y caminó a la puerta de salida, el entusiasmo de Doris, la confundía. Detestaba que le impusieran reglas o que le dieran órdenes, pero esta singular ama de llaves, parecía ajena a todo eso.
Alejándose de la casa bajó las escaleras junto a Todd, a quien reconoció como el encargado de llevar a su familia al aeropuerto para las vacaciones en la isla del señor Rothschild.
Subiendo al auto en el que había llegado, cerró la puerta, sin esperar a Todd, y en silencio aguardó a que subiera y pusiera el vehículo en marcha.
Al llegar hasta un exclusivo y elegante edificio, Victoria, comenzó con el nerviosismo al no saber qué esperar cuando llegara a la dichosa consulta.
-Creo que no hemos sido presentados adecuadamente.
Habló Todd, rompiendo el hielo, una vez en el ascensor.
-Ya sé quién eres, no es necesaria tanta cordialidad.
Murmuró Victoria, sin siquiera dirigirle una mirada.
-Bueno, soy Todd Stevens, y seré su escolta de hoy en adelante. Si necesita algo, puede pedírmelo, estaré feliz de ayudarla, señorita LeeSmith.
Ignorando tanta formalidad al momento de hablar, Victoria, simplemente asintió y dejó que la guiara una vez que el ascensor abrió sus puertas.
En el octavo piso, es donde Victoria, pensaba pasar el resto de su mañana, sin ninguna intención de colaborar, por supuesto. Se limitó a seguir a Todd, después de bajar del ascensor. Cruzando la elegante recepción que solo contaba con un recibidor ovalado, un portátil y un teléfono. En frente una muy llamativa sala de espera, con varios sofás y una pantalla gigante. La rubia tras la pantalla se alisó la melena al cruzar miradas con Todd, cuadró los hombros y aguardó a que le hablara con una media sonrisa coqueta.
Dirigiéndose a la recepcionista, Todd, pasó por alto su coquetería y le anunció que ya estaban listos para la cita a nombre de Victoria. Al ver que no le dirigía una sola mirada, suspiró e inmediatamente los guio hasta la consulta, donde aguardaban 3 desconocidos.
Quedándose atrás, Todd, le recordó que estaría en la sala de espera en caso que necesitara algo.
Tragando saliva con fuerza, Victoria, se plantó frente a los desconocidos y los observó con cautela. Eran los secuaces del señor Rothschild.
Tal y como lo leyó en el contrato y luego de escuchar sus presentaciones, allí, frente a ella, se encontraba el preparador físico (demasiado obvio) vestido con ropa de deporte demasiado ajustada para su gusto. Una doctora, con la clásica bata blanca. Y la psicóloga, quien pese a su expresión amistosa y sonriente, no consiguió una sola palabra de Victoria.
El primero en iniciar, fue el preparador físico, Visto que se negaba a hablar con ellos, la llevó a una pequeña consulta con sus herramientas esenciales. Tomó su peso, estatura, medidas, su índice de masa corporal y le hizo varias preguntas. En menos de 40 minutos ya habían acabado.
Regresando por el pasillo acompañada por el desconocido que se identificó como Peter. Volvió a estar bajo la expectante mirada de ambas mujeres. Ángela y Ana Bennett, su doctora y psicóloga.
Viendo lo incómoda y nerviosa que intentaba no lucir Victoria, ambas hermanas se dedicaron una significativa mirada. Entonces, Ángela, tomó la palabra.
-Señorita LeeSmith, voy a pedirle que venga conmigo a mi consulta. Desde hoy seré la encargada de mantenerla sana.
Frunciendo el ceño, Victoria, simplemente la siguió, fuera de la que aparentemente era la consulta de Ana, la psicóloga.
-Bueno, Victoria ¿te molesta que te llame por tu nombre?
Comenzó a decir Ángela, cuando entraron en su consulta.
-Es mi nombre ¿no?
-Bien... -suspiró resignada a que ella no se lo pondría fácil-. Voy a necesitar que te quites la chaqueta y los zapatos y me esperes sentada en la camilla.
Señaló la elegante camilla situada contra una pared detrás de su escritorio y separada por una mampara.
Siguiendo con su actitud "silenciosa" Victoria, fue hasta la dichosa camilla y siguiendo con lo que le pidió, se quitó el calzado y la chaqueta.
Pocos minutos después, Ángela, se reunió con ella, llevando un estetoscopio colgando del cuello y un par de recipientes de acero quirúrgico en las manos.
-Voy a examinarte y a tomar muestras de sangre y de orina, además de hacerte algunas preguntas ¿estás de acuerdo?
-Supongo que si no lo estoy no saldré pronto de aquí...
-Tranquila que no te estoy obligando a nada.
La tranquilizó Ángela, dejando a un lado los recipientes, a la espera de su autorización.
-Solo acabemos con esto.
Durante la siguiente media hora, dejó que la extraña la examinara, que le tomara demasiadas muestras de sangre y que obtuviera su muestra de orina.
-Antes que regresemos con Ana te haré un par de preguntas ¿de acuerdo?
-Bien.
Ambas tomaron asiento frente al escritorio, entonces Ángela, comenzó a teclear en su computador, mientras iniciaba las preguntas y tomaba apuntes.
-¿Tienes alguna enfermedad, Victoria?
-No.
-¿Alergias?
-No.
-¿Consumes algún tipo de droga?
-...no
Murmuró sorprendida por la naturalidad con que hacía la pregunta. ¿Alguna de las "otras" habrá dicho que si?
-¿Consumes algún tipo de medicamento con frecuencia?
-Ibuprofeno.
-¿Para?
-Paso muchas horas frente a la pantalla del computador.
-¿Tomas algún tipo de anticonceptivos?
-No.
-¿Los has tomado alguna vez?
-Sí.
-¿Por qué los dejaste?
-Porque se me dio la gana.
-¿Has tenido relaciones sexuales alguna vez?
-No soy virgen.
-¿Cuántas parejas sexuales has tenido?
-No voy a responder ese tipo de preguntas -anuncio levantándose de su asiento-. Así que si no tiene nada más que preguntar, voy a regresar con la loquera a acabar con todo este circo de una vez.
Atónita Ángela se limitó a seguirla en silencio de vuelta a la consulta de Ana.
Sentadas nuevamente frente a Victoria, aguardaron a que dijera algo, algún tipo de comentario sobre lo que fuera...
-Victoria ¿te gustaría hablarnos de ti? De lo que ocurre con este cambio en tu día a día.
Comenzó a decir Ana.
-No tengo nada que decir.
-¿Por qué eres tan insegura? ¿Qué pasa contigo?
Insistió la psicóloga.
-Nada.
-¿Es por tu aspecto físico?
Intervino Ángela, ganándose una severa mirada de parte de su hermana.
-No.
-¿Vas a responder todas las preguntas que te haga de esta manera?
Victoria, no dijo nada ante esa "acusación", se limitó a mirar la peluda alfombra que estaba a sus pies, mareada y harta de tanta pregunta.
-Puedes hablar con nosotras, esto es entre las tres. El señor Rothschild, no se entera de nada.
Aclaró Ana, para que se sintiera más cómoda.
-¡Ha!
Soltó Victoria, no se creía ni por un segundo que el señor que todo controla se mantendría al margen de lo que sucediera allí.
-¿Qué quiere decir esa expresión?
Preguntó Ana, tomando un par de notas rápidas en una libreta que tenía en la mano.
Victoria, no respondió.
-¿Estás enfadada con él señor Rothschild?
-Sí.
-Me podrías decir ¿por qué?
-Me obliga a venir aquí, y tengo que vivir en su casa, son motivos suficientes para estar "enfadada".
Sentenció guardando silencio.
-No, por favor, no te calles. Puedes desahogarte con nosotras.
Pidió Ana, hora que finalmente estaba hablando.
-Estoy cansada, no quiero hablar..., solo consiguen que saque lo peor de mí insistiendo de esta manera.
-¿Por qué estás tan cansada, Victoria?
-Estuve en un avión por 15 horas, y cuando por fin llegué al aeropuerto, me llevé la sorpresita del "Señor Rothschild". Me pasé las siguientes 2 horas leyendo un estúpido contrato lleno de reglas y prohibiciones, sin mencionar las "clausulas" cual de ella más ridícula, y están las sanciones, no olvidemos las sanciones -suspiró cansada-. Y ahora esto, es demasiado, son 48 horas sin dormir.
-¿Quieres un café?
Ofreció Ángela.
-Una redbull, sería más efectiva.
-Veré que puedo conseguir -sonrió comprensiva mientras se levantaba-. Pero tranquilízate, nosotras estamos aquí para tu bienestar. No somos tu enemigo.
Acomodándose en su silla luego de haber soltado lo que comenzaba a amontonarse en su cabeza, no dejó de sostenerle la mirada a su psicóloga. Ana. Curiosa por esta chica, no dejó de observarla en ningún momento.
-¿Estás incómoda?
Dijo Ana, sabiendo perfectamente la respuesta.
-Esta no soy yo, odiando por todos los poros.
-¿Tienes problemas de autoestima, Victoria?
-¿Tan obvia soy?
Murmuró con un leve tono triste.
-No, pero tu actitud es a la defensiva.
Asintió con un suspiro. Esa mañana los suspiros parecían ser la especialidad del día. Se dejó caer contra el respaldo del mullido sofá individual que ocupaba y en un tono que detonaba mucha más tristeza de lo que quería aparentar, se disculpó.
-Lo siento. Sé que solo hacen su trabajo y yo no estoy colaborando mucho.
-Tranquila.
Ana Bennett, era conocida por hacer sentir lo suficientemente bien a sus pacientes mostrándoles tal cual es. Una mujer sencilla y comprensiva.
En cuanto Ángela, regresó con una lata de redbull y un vaso de cristal, Ana, retomó la sesión.
-¿Estás de acuerdo en que sigamos el programa?
-Reténganme aquí todo el día si quieren. No tengo nada de ganas de regresar a esa casa -contestó desanimada.
-El primer tema es tu aspecto físico. Dinos que es lo que no te gusta de tu cuerpo.
-¿El "preparador físico" ya les dijo que estoy gorda?
Frunció los labios al recordar al tal Peter.
-No seas tan dura contigo misma. Es lo que nos diferencia unos de otros, tú eres una chica voluptuosa con curvas bien definidas, estoy segura que con un poco de ejercicio constante lograrás sentirte más cómoda, más segura -dijo Ángela, ganándose una media sonrisa discreta de parte de Victoria-. Si no es así, creo poder solucionarlo.
Insinuó refiriéndose a una solución "plástica".
-Continúa Victoria, por favor.
Intervino Ana.
-Bueno..., soy rara. Mi flequillo es rojo... No me gusta la ropa demasiado femenina y ajustada. Me cuesta tener amigos, desconfío de todo el mundo... -suspiró tomándose un momento para observar a ambas mujeres-. Ya, creo que, que con eso es suficiente.
-Estamos para ayudarte en todo lo que esté a nuestro alcance. No es necesario que nos ocultes lo doloroso que te resulta no poder confiar en la gente.
-Ana, son unas desconocidas, esto es difícil para mí... ya... ¿Me puedo ir?
-Claro, ya acabamos.
Concluye, Ana, cerrando tranquilamente su libreta.
Aliviada de terminar con aquella sesión, Victoria, inmediatamente se levantó del sofá y se alisó la camiseta antes de dirigirse a la puerta.
-Te esperamos el próximo lunes. Y todos los lunes.
Con un leve brote de enfado provocado por ese "recordatorio" decidió callar y salió de una vez por la puerta. Echó un vistazo a Todd, quien miraba la pantalla de la recepción, de pie, con las manos metidas en los bolsillos. Se marcharon en silencio.
Una vez a bordo del auto, Todd, condujo fuera del estacionamiento, ansioso porque le dijera algo, donde ir.
-¿Ahora qué?
Gruñó Victoria, al capturar su mirada en el espejo retrovisor.
-Dónde guste ¿Desea que la lleve a algún lugar en especial?
-No.
-Muy bien, entonces a casa.
Asintió alegre.
-No tomes la carretera, por favor.
-Por supuesto.
En un tranquilo silencio, Victoria, regresó a la propiedad de Matt. Habían tomado el camino largo, lo que tardó toda una hora en volver. Necesitaba un momento para ella, tenía que pensar en todo lo que estaba sucediendo, de preferencia, lejos del epicentro de su drama.