Capítulo 1: Hemos perdido a Maxton
Qué calor…
Sentía que su cuerpo estaba en llamas. La ardiente sensación era tan insoportable, que Bailey sentía que iba a perder el conocimiento. Unos momentos después, un dolor punzante se extendió por su interior, hasta el punto de que empezó a temblar.
—¡Ah! —exclamó la mujer, y trató de resistirse de manera instintiva. Sin embargo, no era capaz de moverse ni un solo centímetro. Sentía aquel penetrante dolor como hielo en fuego.
La habitación estaba tan oscura que no podía ver nada; lo único que podía percibir era la presencia de un hombre. Todo lo demás le parecía irreal. Tras mucho tiempo, la temperatura del cuarto comenzó a descender por fin.
Exhausta, Bailey Jefferson comenzó a buscar sus ropas para vestirse a toda prisa, pero estaba tan oscuro que se tropezó. Mientras salía de la habitación a toda velocidad para buscar un lugar donde calmarse, escuchó la encantadora voz de una mujer, lo que la dejó muy sorprendida.
—Bailey, ¿ya has terminado? ¡Tsk, tsk, tsk! Tres horas completas. Parece que el señor David Larson sigue en forma, pese a que ya pasa de los cincuenta años.
La voz pertenecía a la hermanastra de Bailey, Rhonda Jefferson. Aparentaba ser una mujer sencilla y delicada, pero en realidad era alguien cruel, que amenazó a Bailey con la vida de su abuela si no se acostaba con aquel anciano.
Dos semanas después, a su abuela le habían diagnosticado cáncer de pulmón, pero una estudiante como Bailey no tenía forma de pagar las elevadísimas facturas del hospital. Trató de pedirle ayuda a su padre, pero él se negó; puesto que su madre había fallecido hacía más de una década, a aquel hombre no le importaba en absoluto lo que le ocurriese a la abuela de Bailey. En ese momento David de Harway Group, el cual se sentía atraído por Rhonda, la ofreció tener sexo con él a cambio de cinco millones; sin embargo, ella se negó a acostarse con un hombre tan mayor, y en su lugar obligó a Bailey a hacerlo, bajo la amenaza de terminar con la vida de su abuela.
En sólo una noche, su inocencia y su dignidad habían quedado destruidas, hasta el punto de que la mujer hubiera terminado con su existencia en ese mismo instante si no fuese porque su abuela necesitaba que alguien la cuidase.
—Ya he hecho lo que querías, así que ¿cuándo vas a transferirme los quinientos mil a mi cuenta?
—¿Quinientos mil? Pensé que habíamos quedado en cincuenta mil. ¿Cómo se han convertido cincuenta mil en quinientos mil? —exclamó Rhonda con tono de fingida sorpresa, y esbozó una brillante sonrisa.
—¡Tú! ¿Cómo te atreves a faltar a tu palabra? —gritó Bailey, que temblaba de ira.
Ronda sonrió con timidez. Nada le gustaba tanto como ver a Bailey arrastrarse por el barro.
—Mi querida Bailey, sólo te estaba gastando una pequeña broma. Dado que el señor Larson ofreció cinco millones, tú recibirás quinientos mil. Por mi parte, me limitaré a tomar los cuatro millones y medio que me corresponden; al fin y al cabo, tú has sido la única que ha tenido que vender su cuerpo —dijo Rhonda, tras lo que abrió la puerta y entró en la habitación.
Bailey frunció los labios y caminó con pasos temblorosos hacia el ascensor.
Una vez dentro del cuarto, Rhonda encendió la luz de la mesilla, pero cuando estaba a punto de acostarse al lado de David, observó al hombre que estaba sumido en un sueño profundo. En ese momento, se dio cuenta quién era él, y se quedó paralizada por la sorpresa durante unos instantes.
—¿P… Pero qué demonios pasa? ¡Es… él! —gritó Rhonda, que no podía creer que su hermana hubiese tenido sexo con el hombre más poderoso de la ciudad, lo que le provocó un ataque de ira motivado por los celos—. Debería haber sido yo quien se acostase con él. ¿Cómo diablos logró esto esa zorra? ¡Maldita seas, Bailey! ¡Maldita seas!
Siete meses y medio después, el agudo llanto de un bebé inundó la sala de partos.
—El primero es un niño, pero no te relajes y sigue con ello. Todavía tiene otros dos bebés en la tripa.
La doctora le entregó el niño a Rhonda, que esperaba en el exterior de la sala de partos.
—Señora Rhonda, tal y como usted deseaba, ella ha dado a luz un niño —susurró la médico.
Rhonda se acarició el pequeño bulto que tenía en el vientre y esbozó una sonrisa.
—Repite lo que has dicho. ¿Quién es la madre de este niño?
Un escalofrío de miedo recorrió la columna vertebral de la doctora, pero al recordar que iba a recibir un condominio que costaba millones a cambio de aquello, se apresuró a corregir lo que había dicho.
—Felicidades, señora Rhonda. Usted ha dado a luz a un hermoso niño.
Cuando escuchó las palabras de la doctora, una expresión de suficiencia se dibujó en el rostro de Rhonda y comenzó a reír a carcajadas.
—¿Qué quiere que hagamos con los otros dos bebés que tiene en la barriga? —insistió la médico.
—Deshazte de ellos —respondió Rhonda con un brillo de crueldad en los ojos, tras lo que tendió la mano para pellizcar el moflete del bebé que tenía en brazos—. Deja uno para ella. Puesto que este niñito va a hacer que yo ascienda de clase social, permitiré que ella tenga un hijo, lo que ya es muy benevolente de mi parte. Jamás permitiré que ella se quede con los tres niños —aseveró Rhonda, y se dio la vuelta para salir—. Si te encargas de esto de forma apropiada, te pagaré el doble de lo que te había prometido.
Siete años más tarde, el Aeropuerto Internacional de Hallsbay tenía un día especialmente concurrido. En medio de la multitud de viajeros, podían distinguirse varios guardaespaldas vestidos con traje negro que llevaban auriculares.
—Señor Luther, no hay rastro del sospechoso en la salida A2.
—Señor Luther, no ha habido ningún avistamiento del sospechoso en la salida B1.
—Señor Luther, no hay señal del sospechoso en la salida B2.
En la sala VIP del segundo piso que se ubicaba dentro de la zona de embarque, alguien alto y delgado estaba sentado en un sofá de cuero negro. El hombre llevaba unas gafas de sol de diseño tan grandes, que los cristales oscuros le cubrían la mitad del rostro, de forma que sólo quedaba visible su nariz recta y sus finos labios. Poseía unos rasgos marcados que le otorgaban un aspecto duro; además, un aire helado, semejante al de un lago en invierno, emanaba de este peligroso hombre. ¡Ningún extraño querría acercarse a él, a menos que no fuese muy inteligente!
Una vez que recibió el informe de resultados, la temperatura descendió con brusquedad y toda la sala cayó en un silencio sepulcral. Tras un buen rato, Ken Anderson, el guardaespaldas del hombre que continuaba sentado en el sofá, se decidió a hablar.
—Señor Luther, ¿es posible que haya existido algún fallo en la información que tiene en su poder? El hacker estrella, «Spook», no ha abordado el vuelo con destino a Hallsbay.
Llevaban seis meses rastreando el paradero de «Spook», y al fin habían recibido algunos indicios sobre dónde podía estar; sin embargo, no esperaban que se tratase de una pista falsa.
—Imposible —respondió en tono gélido el hombre del sofá, tras lo que sus ojos se posaron en el ordenador portátil que tenía delante.
En la pantalla se observaba un caos de líneas rojas, las cuales representaban las señales emitidas por el sistema de GPS. Sin embargo, las señales estaban agrupadas y se habían extendido a lo largo de todo el cuadrante, pese a que en un principio se habían concentrado en un solo lugar; en otras palabras… ¡le habían engañado! En el instante en que comprendió la charada, la pantalla del portátil comenzó a pulsar violentamente e hizo un fundido en negro.
—Señor Luther, su portátil ha sido pirateado —comentó con cautela Ken, al tiempo que se frotaba la nariz.
Por su parte, Artemis se quedó sin palabras. «¿Se cree que estoy ciego? ¿O que necesito que me narre lo que está ocurriendo?» pensó. En ese momento, un guardaespaldas irrumpió en la sala VIP a toda velocidad.
—S… Señor Luther, el señor Maxton le ha seguido hasta el aeropuerto; sin embargo, ha logrado eludir a todos los guardaespaldas que le acompañaban, así que ahora no sabemos dónde está —le dijo a Artemis con voz temblorosa.
—Ve. Y. Encuéntrale. Ahora —silabeó Artemis, al tiempo que le lanzaba una mirada glacial al otro hombre.
Mientras tanto Bailey, que llevaba una mochila al hombro, caminaba con rapidez por el oscuro pasillo que discurría por la zona este del aeropuerto.
—¿Ha funcionado? ¿Has conseguido librarte de los hombres que me seguían? —preguntó la mujer a la persona con la que hablaba por teléfono.
—No te preocupes, Bailey. Basta con que yo mueva un dedo para que el ordenador de ese tipo explote.
Bailey estaba a punto de abrir la boca para responder, pero en ese momento sintió que algo iba mal y se detuvo en seco. Giró sus ojos de halcón hacia un lado antes de hablar.
—¿Quién está ahí? Muéstrate —exclamó la mujer con tono firme.