Capítulo 5 Estoy "recuperado"
Alpemburg
Mientras Odette y Max discutían fervientemente, intercambiando acusaciones, cerré los ojos y me permití sentir todo el dolor que sabía de antemano que causaría mi hazaña. Intenté prestar atención a lo que decían, pero en lo único que mi mente podía pensar era en el momento en que vi a Donatello tendido en el suelo, con la sangre chorreándole por la cara y las piernas con un aspecto aterrador, como si no le pertenecieran, como si estuvieran hechas de elástico, perdiendo por completo la rigidez que las hacía estar rectas.
Sacudí la cabeza, intentando quitármelo de la cabeza, pero no pude. El coche se alejaba a toda velocidad y los dos seguían discutiendo.
- Por el momento no hay nada en internet. - Odette se volvió hacia mí, advirtiéndome.
Me tumbé en el asiento trasero, acurrucada como un bebé, las lágrimas seguían apoderándose de mí, como si nunca fuera a poder parar.
- Han pasado diez minutos - gritó Max - ¿Querías que saliera en todos los medios? ¿Has olvidado que ella mató al hombre que lo grabó todo?
- I... ¿Lo mató? - pregunté, sollozando.
Max no contestó.
- ¡No la asustes! - pidió Odette, con suavidad, después de tantos gritos de rabia y espanto.
- Cálmese, Alteza. Tienes que mantener la calma. Todo saldrá bien. - Max me tocó el brazo mientras conducía.
Sentí sus dedos fríos sobre mi piel. Sabía que después de lo que había pasado, nada más saldría bien. Estaba destruida.
En cuanto llegamos al castillo, Max aparcó el coche bajo tierra. Ni siquiera tuve el valor de abrir la puerta del coche. Quería quedarme acurrucada en aquel asiento para siempre.
Noté que Max abría la puerta trasera. Bajó su cuerpo hacia mí cuando Odette tiró de él, haciéndole mirar hacia ella:
- Sabes que no deberíamos haber huido, ¿verdad? Eso sólo te hará daño.
- Es lo que creí mejor en ese momento, ¡maldita sea! - gritó, llevándose las manos a la cabeza, aturdido- Sólo quería proteger a la princesa... No pensaba en otra cosa. ¿De verdad crees que intenté hacerle daño? La quiero...
- No debería haberlo hecho. - Odette le puso el dedo índice en el pecho - Ella no es para ti.
Max negó con la cabeza, atónito, mientras una sonrisa triste aparecía en su rostro:
- Ella lo dejó muy claro, Odette. No te preocupes, sólo soy un sirviente de Su Alteza. El amor no significa nada para ella... El "honor" y el "nombre" están por encima de todo.
- Eh, estoy aquí... - supliqué, secándome las lágrimas, intentando levantarme y golpeándome la cabeza contra el techo del coche, inconsciente del espacio disponible.
En cuanto salí del coche, tambaleándome, Max me cogió en brazos, mientras yo observaba cómo el techo giraba rápidamente, intentando alcanzarle con la mano para detener el movimiento que me estaba poniendo enferma.
- ¡Está borracha! - oí decir a Odette.
- No he bebido ni un sorbo de lo que tú tomaste. Aimê se lo bebió todo.
- ¿Qué coño te ha pasado?
- Está enfadada sin motivo.
- Nuestra amiga es un poco complicada. - Odette tomó mi mano, apoyándola en su propio pecho - Lo siento, Max... No es culpa tuya. Pero estoy muy preocupada. Sé que esto no va a quedar oculto. Y tengo miedo de lo que pueda pasarle a Aimê y a su familia.
- Sé que huir no era una buena idea. Pero en ese momento no se me ocurrió otra cosa que sacarla de allí, ya que estaba completamente alterada.
- Luego está el hecho de que no está en condiciones de hacer gran cosa, ni siquiera de defenderse -admitió Odette-. Si llamáramos a la policía, verían que está completamente borracha.
- Princesa borracha... Mata a una reportera que estudió en la misma escuela que ella durante años... Mañana estaré en las noticias de todo el mundo... - Dije, mientras sentía como Max me guiaba escaleras arriba y hacia el interior del castillo.
- Será mejor que la llevemos a su habitación. Sus padres aún no han llegado... Su coche no está aquí. Le daré un baño... Y curaré su borrachera. Luego pensaremos juntos qué hacer. - Sugirió Odette.
Max subió las escaleras que llevaban a mi dormitorio, siendo vigilado por algunos de los criados. En cuanto llegamos frente a la sólida puerta de madera, con el escudo de Alpemburg tallado de forma delicada y perfecta, Odette la abrió y vi mi cama, enorme, acogedora, con sus cómodas almohadas blancas con rosa.
Señalé la cama y Max me colocó suavemente sobre ella. Sentí que mi cabeza descansaba sobre las suaves almohadas y cerré los ojos, incapaz de evitar la sensación de mareo, que parecía empeorar aún más.
- Tienes que salir, Max. Voy a bañarte. - Dijo Odette con voz firme.
- No iré a mis aposentos - advirtió - Estaré pendiente de los medios. Avísame en cuanto esté totalmente recuperada.
- Estoy "recuperada". - Dije, abriendo los ojos y levantando la mano, insegura, pareciendo más ida que cuando estaba en el lago.
En cuanto Max se fue, Odette me cogió del brazo:
- Vas a ir al baño -dijo sin amabilidad, levantándome a la fuerza de la cama.
- ¿Cuántos años tienes? - pregunté-. Pareces una vieja gruñona.
Me arrancó el vestido, que me había puesto de todos modos antes de llevarme al castillo, y me miró fijamente:
- Si para ti ser una vieja gruñona es el significado de "responsabilidad", entonces sí, lo soy. Y sobre mi edad, por si no lo recuerdas, porque bebí hasta emborracharme, tengo diecinueve años.
- Eres cruel conmigo... Haré que te corten la cabeza... - Dije, confundido.
- ¡El precio de tu cabeza aquí es tuyo, "Alteza"! - Me tiró del brazo y me llevó al cuarto de baño, donde abrió la ducha y me metió a la fuerza en la bañera, empujándome bajo el agua helada.
- "¡Ay!", grité, "¡Voy a vomitar! ¡Hace un frío del carajo!
Intenté salir, pero Odette tiró de la puerta de la ducha desde fuera, deteniéndome:
- No saldrás hasta que lleves cinco minutos bajo el agua.
- No puedo... - supliqué, con el cuerpo temblando de frío, completamente tiritando.
- Aimê, ¡lo has estropeado todo, joder! - gritó.
Sacudí la cabeza y empecé a llorar de nuevo, recordando lo que había pasado. Estaba confusa. Mi cuerpo no parecía responder a los estímulos cerebrales.
- Me duele por dentro, ¡créeme! ¡Pero tienes que despertar de esta borrachera, amigo!
Su semblante era firme y sabía que Odette no se echaría atrás. Miré el agua que salía a borbotones de la ducha y me metí enseguida, mojándome la espalda, que para mí era lo peor. Sabía que debía intentar salir, pero me quedé allí, aunque estaba temblando.
Pronto mi cuerpo se acostumbró a la temperatura y empecé a sentirme un poco relajada. Apoyé las manos en la pared, sosteniendo la frente mientras el agua corría por mi cuerpo, pareciendo lavar no sólo mi piel, sino también mi alma.
Oí el sonido de la puerta de la ducha abriéndose y Odette ajustó la temperatura, haciendo el agua un poco más caliente. No me dejó echarme champú en el pelo, cerró la compuerta y me sacó mientras me secaba el pelo con una toalla.
En cuanto me hubo envuelto el pelo húmedo con la toalla, cogí otra y me sequé el cuerpo, luego me puse la bata suave y cómoda que me habían dado y, por último, las bragas.
Me di cuenta de que, aunque acababa de salir del baño, seguía llorando sin darme cuenta.
Llegué al dormitorio y había una taza humeante de café puro junto a la cama.
- Bébetelo todo. No lleva azúcar, pero es a propósito. Te pondrá sobrio.
No discutí. Me senté en la cama y me bebí el café cargado, haciendo una mueca. La miré:
- I... Me doy cuenta de lo que he hecho... - admití.
Odette cogió su móvil y deslizó los dedos por él, luego me miró:
- De momento no hay nada en los medios. Será mejor que descanses, Aimê. Mañana te espera un largo día.
- I... No fue mi intención. ¿Y por qué mierda estaba Donatello en el parque, observándome, sacando fotos sin permiso?
- Nunca te culparán y lo sabes. Tienes que pensar en una defensa. ¿Llamamos ya a un abogado?
- ¡No! Primero tengo que hablar con mis padres... - He mirado el reloj. Llegarán en cualquier momento.
- ¿Por qué has bebido? No sueles hacer esto.
- I... ...no lo sé. De repente sentí que todo lo que había planeado se había esfumado...
- ¿Y crees que beber es la solución?
- Sabes que ni siquiera me gustan las bebidas alcohólicas... Pero el vino espumoso estaba allí... - Me enjugué las lágrimas, no lo hice a propósito.
Odette me abrazó con fuerza. Acepté el gesto de afecto, reconfortándome de alguna manera.
- Ahora descansa, amiga mía.
- ¿De verdad crees que podría dormir después de lo que ha pasado?
- Al menos inténtalo, Aimê.
Tomé su rostro entre mis manos:
- ¡Averigua si ya lo rescataron! Necesito saber qué le pasó. - Le supliqué.
- Voy a ver qué puedo hacer. - Me dio un beso en la frente.
En cuanto Odette se marchó, cerré los ojos, con la imagen de Donatello aún vívida en mi mente. Dios, ¿cómo he podido hacer eso? ¿Cómo pude ser tan irresponsable y aún así dejarme llevar por Max? No debería haber huido. Debería haber asumido la culpa y haberme quedado al lado de Donatello para ayudarle.
Me levanté, aturdida. Era demasiado tarde para volver atrás en el tiempo y hacer las cosas de otra manera. No podía pedirle a un conductor que me llevara de vuelta al parque y fingir que no había pasado nada. El daño ya estaba hecho.
Todavía tenía el pelo húmedo y el corazón acelerado, quizá por el café puro. Los productos con cafeína por la noche también me quitaban el sueño. En otras palabras, estaba sobria, pero al mismo tiempo era un manojo de nervios.
Me dirigí hacia la puerta, que abrí, segura de adónde iba. Sólo había un lugar que me tranquilizaba: la cocina.
Nada más llegar a la gigantesca cocina del castillo, una de las cocineras me miró sorprendida:
- Alteza - inclinó la cabeza en mi dirección - ¿Puedo ayudarle en algo? Podría haber utilizado el teléfono para pedir algo. O incluso haber preguntado al ama de llaves.
- Quiero la cocina... - Entrecerré los ojos, inseguro de que conociera mis costumbres.
- Sí, sí... - Se quitó el delantal, colocándolo con cuidado sobre un pedestal de hierro-. Te dejaré sola...
Se marchó, insegura. Probablemente era una nueva empleada en la cocina, ya que las otras cocineras sabían exactamente cómo tranquilizarme sin que yo tuviera que preguntar.
Respiré hondo e intenté preparar algo que me calmara. Puse un kiwi pelado, flores de maracuyá en la batidora, ya que sabía que el poder calmante no estaba en la fruta sino en la flor de la pasión, e hice una infusión con manzanilla que, en cuanto se enfrió, pasó al vaso con el resto de los ingredientes, sirviendo de líquido para batir y mezclar todo. Parecía una locura, pero mis inventos no sólo me hacían olvidar todo lo malo, ya que me proporcionaban un enorme placer, sino que también me ayudaban con cualquiera de las necesidades de mi cuerpo de forma natural.
Desde que caí enferma hace años, época en la que tuve que luchar valientemente por mi vida, me convertí en una fanática de los productos naturales, sobre todo de las frutas y las hierbas, que empecé a estudiar por curiosidad y a utilizar constantemente, con la esperanza de no tener que usar más medicamentos, sobre todo intravenosos.
Pasé meses en el hospital, experimentando todo tipo de temores, especialmente el de dejar a mi familia y convertirme en un simple recuerdo entre mis padres y hermanas.
Durante mucho tiempo me pregunté por qué me había pasado a mí. Podía haber sido cualquier otro, pero yo era el elegido por Dios. Con el paso del tiempo, me di cuenta de que había sobrevivido para ser la reina que Alpemburgo necesitaba. Mi curación tenía un propósito y sin duda era para la corona.
Bebí el líquido, haciendo una mueca. El kiwi era muy ácido y no sabía muy bien. Sin embargo, me senté y me bebí todo lo que había en el vaso sin respirar. En cuanto dejé el vaso vacío sobre la mesa, se abrió la puerta y vi a mi madre y a mi padre.
Me levanté, dejando que las lágrimas corrieran por mi cara, preguntándome cómo iba a decirles qué coño había hecho.
Pero no hacía falta decir nada. Ambos se acercaron a mí y me abrazaron, haciéndome sentir protegida como sólo ellos sabían hacerlo.
- ¿Cómo...? ¿Sabían que estaba aquí? - pregunté, aún entre sus cuerpos.
- Porque pensé que estarías destrozada. Y la cocina y la batidora son lo que te calma. - Mi madre me secó las lágrimas y sonrió dulcemente.
- No lo hice a propósito... - dije.
- Claro que no lo hiciste -asintió papá.
- ¿Quién te lo ha dicho? - quise saber.
- Nos lo dijeron en cuanto terminó la cena.
- Por... ¿quién? - Arqueé una ceja, confusa.
- Ya lo sabe todo el mundo. - Estevan fue quien dio la noticia.