Capítulo 35 Los Castellanos se lo deben a ella
Ana, por su parte, estaba tan asustada que dejó de llorar. Sus gritos se convirtieron en hipos y sollozos suaves. El temperamento de Beatriz se encendió. Su semblante adquirió una frialdad ártica.
—Te gusta llorar, ¿verdad? ¡Haz lo que quieras! ¡No puedes parar hasta que llenes esta cubeta!
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