Todo el mundo se quedó atónito y todas las cabezas se volvieron hacia Nataniel con incredulidad. Era evidente que no esperaban que golpeara al monje.
Penélope y su familia se sintieron aliviados y preocupados al mismo tiempo. El grupo de hombres feroces, por su parte, se quedó congelado en su sitio con la boca abierta. Un rato después, el monje, que había perdido varios dientes por la bofetada, se puso en pie mareado. Con la mano en la mejilla hinchada, gritó, casi con incoherencia:
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